Federico Arnot había ido con un amigo a predicar a una zona de bares y tabernas en su país natal. Se pararon en una esquina y comenzaron a cantar himnos para que se juntase gente.
Mientras Federico y su amigo cantaban, la gente escuchaba en silencio, pero tan pronto como empezaban a testificar de su fe en Cristo, la multitud los abucheaba y se mofaba en voz tan alta, que era imposible oír el mensaje.
Federico y su amigo comenzaban a cantar nuevamente. La multitud se aquietaba. Empezaban los muchachos a predicar, y otra vez el resultado eran gritos e improperios.
Esto sucedió varias veces. Federico amaba al Señor y deseaba con todo su corazón testificar a la multitud las Buenas Nuevas, pero la gente no quería escuchar. Finalmente, con lágrimas en sus ojos, agachó su cabeza derrotado y comenzó a alejarse con su amigo.
De pronto sintió una mano en su hombro. Era un caballero alto, ya de mucha edad, quien lo miró a los ojos y le dijo: --¡Vamos! Continúa, muchacho. A Dios le encanta que los hombres hablen de su Hijo. Y Federico se sintió animado para volver a la esquina. La gente, emocionada por su valor, decidió escucharlo.
En 1881, varios años después de lo ocurrido, con la influencia del ejemplo dejado por el gran misionero David Livingstone, Arnot dejó su país y se dirigió al corazón del Africa, donde Dios lo usó en gran manera para proclamar el evangelio. A Dios le encanta que hombres y mujeres hablen de su Hijo.
Sin embargo, cuán fácil nos resulta no hablar de nuestra fe por desánimo, falta de resultados u otras excusas. ¿Habla usted del Hijo de Dios? Si no lo hace, ¿cuál es su excusa? Hace poco leí un artículo de un honesto profesor de teología, un tal Norman Geisler, quien admite que aunque fue parte de un ministerio cristiano por 18 años, nunca había testificado de Cristo. Sus excusas eran bastante familiares. Considerémoslas.
1. Yo no tenía el don de evangelismo. Me resultaba obvio que alguien como Billy Graham sí lo tenía, y era igualmente obvio que yo no.
2. Tenía el don de enseñar (a cristianos), y es bastante difícil tener convertidos de ese grupo de gente.
3. No me agradaba el evangelismo impersonal, de manera que me dedicaría al evangelismo por amistad. No quería forzar el evangelio a nadie.
4. Había llegado a la conclusión de que si Dios es soberano... entonces puede hacerlo con o sin mi participación.
Sin embargo, llegó el día en que un predicador visitante literalmente demolió las excusas de Geisler, diciendo: "Durante años he sido misionero, pero nunca recibí un llamado... Recibí una orden, como todos ustedes." Esta declaración produjo tal impacto en Geisler, que se convirtió en un pescador de hombres. "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15 BD)
no fue una sugerencia sino un mandamiento del Señor Jesucristo.
Tal vez en un tiempo usted haya testificado con el entusiasmo de Arnot, pero por alguna razón ese entusiasmo se ha desvanecido.
Recuerde que a Dios le encanta que usted hable de su Hijo.
DESDE EL NACIMIENTO DEL SOL, HASTA SU OCASO, ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR. SALMOS 113.3
Mientras Federico y su amigo cantaban, la gente escuchaba en silencio, pero tan pronto como empezaban a testificar de su fe en Cristo, la multitud los abucheaba y se mofaba en voz tan alta, que era imposible oír el mensaje.
Federico y su amigo comenzaban a cantar nuevamente. La multitud se aquietaba. Empezaban los muchachos a predicar, y otra vez el resultado eran gritos e improperios.
Esto sucedió varias veces. Federico amaba al Señor y deseaba con todo su corazón testificar a la multitud las Buenas Nuevas, pero la gente no quería escuchar. Finalmente, con lágrimas en sus ojos, agachó su cabeza derrotado y comenzó a alejarse con su amigo.
De pronto sintió una mano en su hombro. Era un caballero alto, ya de mucha edad, quien lo miró a los ojos y le dijo: --¡Vamos! Continúa, muchacho. A Dios le encanta que los hombres hablen de su Hijo. Y Federico se sintió animado para volver a la esquina. La gente, emocionada por su valor, decidió escucharlo.
En 1881, varios años después de lo ocurrido, con la influencia del ejemplo dejado por el gran misionero David Livingstone, Arnot dejó su país y se dirigió al corazón del Africa, donde Dios lo usó en gran manera para proclamar el evangelio. A Dios le encanta que hombres y mujeres hablen de su Hijo.
Sin embargo, cuán fácil nos resulta no hablar de nuestra fe por desánimo, falta de resultados u otras excusas. ¿Habla usted del Hijo de Dios? Si no lo hace, ¿cuál es su excusa? Hace poco leí un artículo de un honesto profesor de teología, un tal Norman Geisler, quien admite que aunque fue parte de un ministerio cristiano por 18 años, nunca había testificado de Cristo. Sus excusas eran bastante familiares. Considerémoslas.
1. Yo no tenía el don de evangelismo. Me resultaba obvio que alguien como Billy Graham sí lo tenía, y era igualmente obvio que yo no.
2. Tenía el don de enseñar (a cristianos), y es bastante difícil tener convertidos de ese grupo de gente.
3. No me agradaba el evangelismo impersonal, de manera que me dedicaría al evangelismo por amistad. No quería forzar el evangelio a nadie.
4. Había llegado a la conclusión de que si Dios es soberano... entonces puede hacerlo con o sin mi participación.
Sin embargo, llegó el día en que un predicador visitante literalmente demolió las excusas de Geisler, diciendo: "Durante años he sido misionero, pero nunca recibí un llamado... Recibí una orden, como todos ustedes." Esta declaración produjo tal impacto en Geisler, que se convirtió en un pescador de hombres. "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15 BD)
no fue una sugerencia sino un mandamiento del Señor Jesucristo.
Tal vez en un tiempo usted haya testificado con el entusiasmo de Arnot, pero por alguna razón ese entusiasmo se ha desvanecido.
Recuerde que a Dios le encanta que usted hable de su Hijo.
DESDE EL NACIMIENTO DEL SOL, HASTA SU OCASO, ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR. SALMOS 113.3
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